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La noble ladrona. Referencias históricas: los «highwaymen».

Desde que inicié el proceso de documentación para «La noble ladrona» he descubierto muchas cosas sobre las costumbres y la vida de la Regencia inglesa —periodo comprendido entre 1811 y 1820 cuando Jorge IV gobernó como regente debido a la enfermedad de su padre—. La primera dificultad ante la que me encontré fue en la primera escena, en la que mi protagonista, Megan Chadwick, tenía que convertirse en asaltadora de caminos para lograr reunir cierta cantidad de dinero que salvaría a su mejor amiga de la ruina. Así que, me puse a investigar sobre bandoleros y «highwaymen» de la época y esto es lo que averigüe:

LOS HIGHWAYMEN

Desde la época isabelina hasta pleno siglo XIX, operaban en gran bretaña los «highwaymen» o asaltadores de caminos; aunque su mayor auge tuvo lugar entre los periodos de Restauración (1660) y la muerte de la Reina Ana (1774).

Por lo general, se desplazaban en caballos y vestían prendas de color oscuro, atuendo que se completaba con un sombrero y un pañuelo anudado en la cara que cubría su nariz y su boca. Lo cierto es que, su desaparición empezó a ser efectiva a partir de comienzos de silgo XIX, lo cual no nos viene muy bien a las escritoras de novela romántica, pero siempre quedaron reductos de grupos que se seguían dedicando a este deshonroso trabajo. Atacaban carruajes de pasajeros y mercancías, secuestraba y asesinaban, y desde luego, poco tenían que ver con la idea romántica que podamos tener de ellos, y mucho menos con unas asaltadoras tan inofensivas como Megan Chadwick y Lauren Malone.

Pero quizá esa visión del bandido como figura heroica provenga de un personaje muy apreciado en Gran Bretaña, el legendario violinista medieval Robin Hood. A este mito se unió, ya en el siglo XVIII, el de otros como James Hind, John Nevison, Dick Turpin, Sixteen String Jack, Harry el negro o James MacLaine.  Si lo que buscáis son bandoleros del siglo XIX, sabed que Robert Snooks y George Lyon, fueron los últimos «highwaymen» que fueron ahorcados por sus crímenes en 1802 y 1815, respectivamente.

Los caminos más peligrosos de Londres, si uno temía ser asaltado por estos «highwaymen» eran las carreteras principales que irradian de Londres. Hounslow Heath era uno de sus refugios favoritos, atravesado por los caminos que iban hacia Bath y Exeter. También podemos mencionar Bagshot Heath en Surrey o el Shooter’s Hill en el Great Dover Road. Finchley Common, en el Great North Road, era también una mala decisión.

Esto en cuanto al norte. En el Sur, los bandoleros atracaban a ricos viajeros que iban de camino a los puertos de la Mancha, a los lujosos baños de Epsom, o las carreras de caballos de Banstead Downs. Llegado el caso, podían incluso asaltarte en el civilizado Hyde Park, donde incluso el Rey Guillermo temía ser víctima de un robo hasta el punto de dar la orden para que encendieran todas las lámparas de aceite del camino que discurría entre el Palacio de San James y el de Kensington, creando la primera autopista artificialmente iluminada de Gran Bretaña.

Se dice que su desaparición estuvo motivada, en parte, porque el mercado de las armas de fuego se desarrolló de manera que era muy fácil para cualquier ciudadano portarlas para su protección. Pero no podemos olvidar otros avances que ayudaron mucho en la mejora de la seguridad de los británicos, como fue la aparición de los «Bow Street Runners» —Cuerpo de policía montada de Bow Street—, en 1749 y también el desarrollo de las comunicaciones a través del ferrocarril y los sistemas de autopistas y vías de peaje.

 

Agentes del cuerpo Bow Street Runners

El último robo registrado por un «highwayman» ocurrió, según los documentos oficiales, en 1831. A finales del siglo XIX, el bandolero se había convertido en una figura romántica, haciendo un breve regreso en la cultura pop con Adam Ant y los nuevos románticos en los años ochenta.

Como curiosidad, cabe destacar que la frase «la bolsa o la vida», que seguimos utilizando en la actualidad a modo de broma, data del siglo XVII, según las Actas de la Antigua Bailey, de Septiembre de 1781, donde John Mawson dice concretamente

«Cuando volvía a casa, en compañía del señor Andrews, a dos campos de la nueva carretera que está junto a la puerta de Lord Baltimore, nos encontraron dos hombres que nos atacaron a ambos. Al hombre que me atacó no he vuelto a verlo desde entonces; azotaba una bayoneta en mi pecho y me decía con juramento: ¡La bolsa o la vida! Llevaba un chaleco y pantalones de soldado. Yo puse a un lado la bayoneta y le di mi plata, unos tres o cuatro chelines».

La frase más popular en Inglaterra, sin embargo, es «Stand and deliver!», que significa, «¡Párate y entrega!

Los «highwaymen» recibían distintas nomenclaturas según los territorios. En Inglaterra también se les llamaba «caballero de la carretera» o «señores de los caminos». No fue hasta 1617 que tenemos la primera referencia la palabra bandolero, que fue el nombre más utilizado en España. En el siglo XIX, en el oeste americano se les llamó «agentes de caminos» y en Australia, se les conocía como «salteadores».

 

LAS HIGHWAYWOMEN

¿Acaso creíais que no hubo mujeres que se aventuraron a esta vida de delincuencia? Pues las hubo, y no fueron pocas. Me voy a quedar con la historia de una de ellas: Katherine Ferrers.

Fue una dama inglesa, una rica heredera, que, de acuerdo con la leyenda, fue una «highwaywomen» popularmente conocida como «La señora traviesa». Obligada a casarse contra su voluntad a los catorce años, se aburrió muy pronto de las ausencias de su marido, tomó un amante y se dio al latrocinio. Su ámbito de actuación fue el condado de Hertfordshire y murió a causa de las heridas de bala sufridas durante un robo.

Si queréis saber más sobre la vida de «La señora traviesa», os recomiendo la novela El corazón plateado, de Katherine Clemens, (en inglés) y leer este artículo de John Barber.

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